lunes, 11 de agosto de 2008

El Líder como discipulador

Para hablar de liderazgo primero definiremos lo que se entiende por la palabra “Lider”. Dice el diccionario que es un dirigente, un jefe, un conductor de una colectividad, especialmente de un partido político. Un líder discipulador es aquel que tiene por meta dirigir e impregnar a sus discípulos y seguidores, a aquellos a los que ha escogido para enseñar, impartir e instruir en aquellas materias en que él ha alcanzado un grado de conocimiento y sabiduría producto de su experiencia de vida.

Todo líder discipulador es reconocido por sus discípulos como tal porque ven en él a alguien que posee autoridad. Esta autoridad es ganada por el sujeto en eminencia, mediante la demostración de que aquel que posee la información, tiene en sus manos la llave del conocimiento pero también la del poder, la influencia, lo cual puede convertirse en un factor muy peligroso y por ende una variable muy importante de tener presente al momento de evaluar la orientación de dicho grupo, con el fin de determinar cuáles son sus principios, su orientación. Porque que hoy en día, no da lo mismo, en términos de imagen, ser un discípulo de un pintor o un pianista destacado, que ser un discípulo de Bin Laden. Esta diferencia, marcará el grado de aceptación o rechazo en medio de nuestra sociedad occidental, y bajo dicho prisma se evaluará positiva o negativamente el accionar del grupo.

Todo hombre, toda mujer se traza metas, objetivos en su vida, el conocer hacia donde se va, es saber por antonomasia el camino correcto para conseguir el cumplimiento de dichas metas trazadas. Las que siendo en su esencia metas válidas y factibles de lograr en un corto, mediano o largo plazo, ayudan sin lugar a dudas a que el resto de las personas pongan su atención en aquel sujeto, ya que su visión le da un propósito, un plus para constituirse en un líder conductor del grupo ya que da muestras de su visión y conocimiento al aplicarlo en el esfuerzo de la consecución de dichas metas. En un mundo donde el tiempo corre inexorablemente, tiempo al cual el ser humano se encuentra atado y en el cual obtiene la experiencia de vida mediante el ensayo y el error, en cuyo proceso vamos aprendiendo y desaprendiendo producto de nuestras buenas o malas experiencias, este conocimiento se transformara en sabiduría, y será ésta, la que atraerá a las personas como un imán a un metal con el fin de mostrarles el camino por el cual deban experimentar sus propias experiencias de una manera menos traumática.

El ser humano nace con interrogantes propias de su existencia, la vida es un descubrir cada día la novedad de la vida, más aquel hombre que es capaz de encontrar las respuestas correctas a cada una de sus interrogantes, como nosotros los cristianos la hemos encontrado en Jesucristo, éste podrá sobreponerse a su condición de ser finito y trascender en el tiempo, es decir, dejar una huella en la historia de su familia, de su lugar de habitación, de su espacio y tiempo en que le ha correspondido desarrollarse. Al respecto es un muy buen ejercicio darse una vuelta por un cementerio para fijarse en las inscripciones de algunas lápidas, si cualquiera de ellas dice algo positivo, será una señal indefectible de que aquella persona que yace en ese lugar hizo algo por su vida y por la de los demás marcando su pasar por esta tierra de manera constructiva, positiva y su recuerdo ha marcado la vida de quienes fueron sus amigos, sus familia.

Fue esta sabiduría la que llevó a la reina de Sabá a conocer e interesarse en el rey Salomón (1ª Reyes 10:1-3), su fama ya se había extendido por todo un vasto territorio. El interés de la reina por el rey Salomón no era nada más que un vislumbre, una sombra de lo que llegaría a ser Jesucristo, siglos después, como un personaje singular en la historia de la humanidad. Para aquellos que anduvieron con él y se relacionaron de una manera tan cercana con su vida y ministerio, no les fue indiferente. El lo declaró aferrándose a las palabras del profeta Isaías al comenzar su ministerio: “El Señor me ha Ungido...”. Todo líder, todo discipulador debe aspirar no solo a impartir instrucción, conocimientos, experiencias de vida, sino que también debe dar muestras de la unción que le ha sido entregada por Dios para ministrar a otros que no han alcanzado la madurez que él posee, pero que sin embargo anhelan y no saben como llegar a ella.

Todo líder que tenga discípulos a su cargo debe saber que desde el momento en que una persona viene al conocimiento, a un encuentro personal con el Señor Jesucristo, ha comenzado una gran aventura de crecimiento, hasta llegar a ser confrontado en su condición, su carácter con la imagen, la estatura del Señor. Al respecto, el Apóstol Pablo nos declara: Sed imitadores de mi como yo de Cristo”, e Isaías nos confirma: “Mirad a mí, y sed salvos, todos los términos de la tierra, porque yo soy Dios, y no hay más” (Isaías 45:22). Mientras las personas permanezcan momento a momento bajo el Señorío de Jesucristo, permitiendo que el Espíritu Santo les llene y le vivifique a través de él, se irá incrementando la manifestación de sus cualidades, de su carácter en sus vidas, esa debe ser la meta de todo maestro discipulador.

Todo líder que no sea capaz de contagiar a sus discípulos, de impregnarlos con su visión y su misión, no ha alcanzado aun su meta.

Al observar el ministerio de nuestro Señor Jesucristo, notaremos sin lugar a dudas, que él supo mantener un alto grado de interés por parte de sus discípulos en su persona. Y esto pasa necesariamente porque el maestro debe involucrarse con sus alumnos, saber de sus dolores, de sus necesidades, de sus gustos, etc. Es por esa razón que nuestro Señor pasaba largo tiempo con sus discípulos. Cuando llegó el momento de comisionarlos, ellos respondieron porque servían a quien les amaba con un amor entrañable, un amor a pesar de sus debilidades y de su condición. La enseñanza que esto nos deja, es que el líder no debe ver el presente en sus discípulos, sino lo que llegarán a ser en las manos del alfarero, llenas de misericordia y de poder transformador, esas manos horadadas del Señor diciéndonos: “Hijitos míos por quienes vuelvo a sentir dolores de parto, hasta que Yo sea formado en vosotros” (Gal. 4:19).

EL PRINCIPIO DE LA SABIDURÍA ES EL TEMOR DE JEHOVÁ; LOS INSENSATOS DESPRECIAN LA SABIDURÍA Y LA ENSEÑANZA”. (Proverbios 1:7).

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